martes, 30 de junio de 2009

viaje Deutschelëtzebuergefrançais

Con bastantes días de retraso (supongo que será una mezcla de sopor veraniego y reminiscencias de abstenia primaveral) me decido a escribir una buena parrafada al respecto de los 10 días 10 de vacaciones por tierras europeas.

Todo tuvo su comienzo con un infernal vuelo dividido en 2 partes: Madrid-London Gatwick, London Gatwick-Munich. En efecto, es un rodeo del copón, pero era lo más asequible. Además, ver a Tilda Swinton haciendo la interminable cola de Easyjet mientras me apretaba un Brittish bacon and egg sandwich no tiene precio (el que no se consuela es porque no quiere). Y del aeropuerto de Munich, tras una breve parada y fonda en su querida Airbräu, a vegetar el resto del día en el entrañable pueblo de Miguel, Deggendorf.


El segundo día, después de un fugaz paseo por el pueblo, llegó la fastuosa celebración del cumple. Cerveza alemana, paella, chile con carne, risas de yonuncas, hoguera, Jägermeister... ¿Cuándo repetimos?

Toda vez aniquilada cualquier forma de resaca, a la mañana siguiente pillamos vehículo de matrícula de Múnich, con caché, y nos fuimos a Múnich. El jardín inglés con buen tiempo es una jauría de alemanes (y algún ambibalante turista guardando respetuoso silencio) bebiendo cerveza y cantando canciones bávaras. Y después de una visita por lo básico en el centro, codillo por su sitio y cervezota en la Hofbräuhaus.

El siguiente día, tras digerir el primer atasco por Alemania de mi vida (en eso Mordor sigue ganando con creces), Nürnberg nos dio una soleada bienvenida. Luego de un cuco paseo por su centro, nos esperaba la tradicional fiesta de la cerveza. Pudimos comprobar durante varias horas que tanto las salchichas como la cerveza negra típicas de la ciudad tienen su fama ganada a pulso...


Tras estos días de más desenfreno, comenzamos la parte más "tranquila", viendo dos ciudades por día. El primero de ellos nos llevó a Bamberg por la mañana, donde pudimos comprobar que arquitectos locos e intrépidos ya los había en el medievo al ver que el ayuntamiento está literalmente en el medio del río y deleitarnos con la Rauchbier. Ya por la tarde, con un día medio lluvioso, vimos Würzburg.
Cabreados nos dejó a los charros del grupo comprobar que la Salamancastrasse es una calle de mi*rda en una zona residencial a varios km. del centro, frente al hermoso parque Würzburg que tenemos en Salamanca. Würzburg nos gustó muy poco, aunque los charros nos resarcimos al ver en la espiga de escudos de la Plaza Mayor el de Salamanca (véase la foto).

La próxima parada nos detuvo en Heidelberg, una bonita ciudad universitaria con un centro muy coqueto y un castillo-fortaleza en ruinas desde el que hay preciosas vistas. Además, probamos el antiguo funicular hasta subir toda la montaña (no nos atrevimos a subir el castillo a pata, vaya). Por la tarde, un pequeño pueblecito, Worms, donde la brutal catedral románica apabulla al resto de puntos de interés.


El último stop alemán nos dejó en Trier. La puerta negra romana es una pasada, y el centro medieval, también. Nunca os dejéis convencer para ir al anfiteatro o a las termas romanas... Superado el "sofoqum" en una terraza, desde la que comprobamos que las manifas alemanas no son tan estrictas como el tópico dicta sobre sus cabezas, cambiamos de país sin inmutarnos y fuimos a Luxemburgo. La capital del ducado se ve con mucha pasta, y construída a capas de diferentes alturas desde el medievo a los rascacielos más modernos del Kirchberg. Desde mi punto de vista, de lo que más nos gustó.

El resto del viaje tuvo acento francés. La primera parada nos dejó en Metz: catedral, centro histórico descuidado, hordas de mosquitos fanáticos del amarillo chillón de la pitacamiseta... Eso sí, la primera crèpe con sidra bretona sentó como los ángeles. A la tarde, Nancy nos dejó con mejor sabor de boca: La plaza Stanislas es una pasada, y si ya la pillas con espectáculo nocturno de luces, ni te cuento.

El último paso antes de llegar a la ciudad de la luz fue Troyes. Un buen paseo entre iglesias y casas de pan de bois nos llevó a la carrera hacia París (nos anulaban la reserva y había que devolver el coche). Rellenado el cupo de atascos con uno francés, entramos en París, donde pasamos los dos últimos días pateando la ciudad. Qué recuerdos...

El último día tuvimos la fiesta de la música. Aprendimos bailes bretones, escuchamos música balcánica, flotamos con los sonidos irlandeses y desfasamos con el rock de toda la vida.

En definitiva, qué bien sientan estos viajes...

Como siempre, podéis ver las fotos del viaje (en un rato con calma, hay algo menos de 500) aquí.